Devolución Solidaria, la historia de Don Varela.

ROMPIENDO UNA PROMESA

En la Academia Solidaria de Arteexiste una actividad fundamental para el desarrollo del proyecto, ésta se llama Devolución Solidaria. Todos los alumnos que tienen acceso gratuito a las distintas disciplinas artísticas que ofrecemos deben sumarse a devolver a la sociedad la solidaridad que reciben en cada materia a través de diferentes eventos que realizamos durante el año, entre ellos están la recuperación de espacios públicos, recitales solidarios, pintura de murales, actividades de recreación infantil, visitas a hogares de ancianos, hospitales, etc. En el año 2011 la devolución solidaria fue en un geriátrico de la ciudad de Villa Allende que cuenta con una población de 98 ancianos.

Voy a relatarles un caso real de éstas jornadas que hicimos en el hogar.

Bueno en primer lugar les voy a describir el espacio físico. Un lugar que si bien cuenta con todas las atenciones profesionales, de higiene, alimentación y salud, es un lugar triste, donde se respira enfermedad, desanimo, abandono en muchos casos por parte de los familiares, es un lugar de depósito de personas que están esperando la muerte. Insisto que no es por los empleados del lugar ni por las instalaciones, ya que todo, en ese aspecto funcionaba correctamente, hablo del AMBIENTE de DIGNIDAD. Allí nos encontramos con casos donde ciertos familiares habían encontrado un lugar barato para dejar a su viejito, claro nunca tuvieron en cuenta que ellos vivían en BsAs y el lugar barato estaba en Córdoba a más de 700km de distancia. Doña Amalia me contó esa historia, me acuerdo su cara al relatarla y se me mezclan muchas emociones.- Aquí me dejaron tirada y se fueron,- me dijo. Ustedes se podrán imaginar entonces a lo que me refiero cuando digo AMBIENTE de TRISTEZA, de ENFERMEDAD, de DOLOR.

En fin no quiero abundar en detalles feos porque son muchos… pasemos este bache y aceleremos un poco.

Cuando llegamos me acerqué a Don Varela, nos pusimos a conversar de música y me di cuenta que sabía del tema, sobre todo de la guitarra, me contó que en sus años mozos había tenido su conjunto folclórico, siendo un guitarrista experimentado, pero que hacía 30 años no tocaba más por una promesa jurada a su padre que tenía que cumplir hasta el día de su muerte. Al escuchar semejante historia le pedí que me diera los detalles. Resulta que cuando su padre estaba enfermo a punto de morir, época en la que Don Varela tenía su conjunto folclórico, el padre alentándolo a seguir (ya que a él también le gustaba la música) le hizo hacer un juramento. Le hizo prometer que el día de su funeral su hijo (o sea Don Varela) tocara la guitarra con el conjunto o que de lo contrario no tocara nunca más, promesa que su hijo acepto y se comprometió a cumplir. El día de la muerte de su padre, Varela llamó a sus compañeros músicos para cumplir con el juramente, pero resulta que al llegar al funeral uno de sus hermanos se enojo al creer imprudente la música en el velorio y, según palabras de Don Varela: “Mi hermano me saco a patadas”, ese día,- me dijo,- lleve la guitarra a mi casa, la colgué y nunca más la usé. Ahora cada vez que veo una guitarra me muero por tocar, pero siento que le falle a mi padre.

En fin, nunca me hubiera imaginado semejante relato, hasta hoy no lo puedo creer.

¿Que hice?

Agarre una guitarra y me senté a su lado a tocar, en medio de un barullo tremendo, ya que ese día habíamos “invadido” el hogar con unos 40 alumnos de la ASA y cada uno estaba haciendo lo mismo que yo: encontrarse y brindarse, entregarse al otro. De todas maneras aunque el ruido del ambiente era mucho, yo tuve la sensación de que Don Varela y yo estábamos solos, escuchando nuestras voces y el sonido de una vieja guitarra que tenía en la mano. El miraba la guitarra con ojos extraños, una mezcla de sensaciones de añoranza y culpa, el miraba entendiendo lo que yo tocaba, pero rápidamente desviaba sus ojos cuando su corazón se conectaba demasiado con la situación. Estaba disfrutando incómodamente de lo que pasaba. Yo por dentro pensaba de que manera poder liberarlo, ya que con palabras lo había intentado sin éxito, incluso me dijo que un padrecito había intentado absolverlo divinamente del juramente, pero Varela le dijo al sacerdote que Dios no tenía nada que ver, ya que ese había sido un trato entre su padre y él.

En un momento se me ocurrió algo fantástico, apurado me levanté, simulando que me requerían en otro lugar de la sala y le dije mientras me retiraba: -Varela téngame la guitarra un rato que ya vengo.- Por supuesto que no le dí opción a la respuesta, se la solté en la mano y me fuí. Detrás de una columna y percatándome que él no me viera me escondí a mirar la situación.

Primero tomó la guitarra como si estuviese caliente, como si le quemara, la puso de frente estirando el brazo con el que la sostenía, como alejándola de su cuerpo, en posición vertical, la guitarra y el parecían enfrentarse como 2 hombres a punto de batirse a duelo en el lejano oeste. El miraba alrededor como buscando ayuda, como pidiendo auxilio, pero claro todos estaban en su mundo y nadie lo miraba, salvo unos ojos que detrás de la columna espiaban con disimulo. Creo que estuvo así por casi 7 minutos, tenso, sin moverse. Al percatarse de que nadie le prestaba atención, lentamente acerco aquel abandonado amor a su cuerpo y acomodó el instrumento con cariño, casi en posición de ejecución. La curva femenina de la madera posó sobre su pierna izquierda, relajando parte de la tensión que antes tenía, su mano derecha pasando suavemente sobre la boca del instrumento le recordaba imágenes de antiguas peñas, él como quien le tapa la boca a alguien para que no hable, hacía lo propio con el instrumento que tenía mucho que recordarle, mucho que decirle, su mano izquierda intentaba cual reflejo recordar algunas posiciones, son esas cosas que quedan en lo profundo de la mente y nunca se olvidan, exceden a la práctica. Quizás estén guardadas más en el corazón que en la mente y por eso no se olvidan.

Los minutos pasaron, la confianza hizo presencia y en un momento sucedió el milagro. Recordando un La menor, como si nunca se hubiese olvidado, rasgó las cuerdas acercando su oído a la amada madera, queriendo escuchar el sonido callado por tantos años, recordó sus canciones, recordó sus amores, destruyó la cadena jurada, liberó su pena y canto como antaño. Nadie estaba en ese lugar ahora, solo él y su guitarra, nadie lo miraba, nadie sabía lo que sucedía, era su momento. Yo me sentí un intruso, me sentí un invasor, sentí la incomodidad de mirar demasiado a dos que se aman y despacio dejé que aquella columna blanca y descascarada, pasara a ocupar mi mirada.

Después de un rato me acerque y terminamos cantando y tocando juntos una zamba, ahora sí, delante de todos en el hogar, mencionando la historia, haciendo comunitaria aquella enorme victoria.

La zamba mas importante y conmovedora de mi vida, pero eso no importa, porque fue su zamba y no la mía.

Compañeros después de esta historia necesito parar a llorar un minuto.

Hoy el viejito Varela ya se nos fué, pero se fue andando “sin cadenas sobre los pies”.

Texto de Martín Gomez, fundador de la Academia Solidaria de Arte.

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